domingo, 13 de diciembre de 2020

Después del teatro

Salíamos del teatro: tú apoyada
con languidez artística en mi brazo;
muy cerca de mi pecho, tu regazo,
muy cerca de mi alma, tu mirada.

Bajamos la escalera: enmudecían
nuestros labios, tus ojos se entornaban,
y los que así, tan juntos, nos miraban,
¡Cómo se ve que se aman! repetían.

Aún verte me parece, casta ondina,
aún te contemplo púdica y esbelta,
como una maga vaporosa, envuelta
entre nubes de blanca muselina.

Aún me parece ver cómo cubría
tus hombros rafaélicos, la nube
de aquel chal que en tu cuerpo de querube,
una red de miosotis parecía.

¿Te acuerdas? Avanzamos muy despacio,
por la angosta calleja, en oleajes,
mirando deshacerse los celajes,
caleidoscopio inmenso del espacio.

A veces, con tu cuerpo junto al mío,
velabas, tiritando, tu regazo,
y apretando tu brazo con mi brazo,
murmurabas muy quedo: tengo frío.

Cincel de luz que tus contornos labra
era la luna, y su luz temblante,
un mármol de Canova tu semblante
y un sueño de Bellini tu palabra.

Así cruzamos por la calle muerta,
y en amorosa plática estuvimos,
hasta que pronto por mi mal nos vimos
de tu escondido hogar junto a la puerta.

Un momento después, en la vecina
pared, con indolencia reclinado,
contemplaba tu sombra, enamorado,
del balcón de tu alcoba en la cortina.

Lámpara opaca con su luz secreta,
el cortinaje aquel transparentaba,
y en los blancos tapices proyectaba
las líneas de tu artística silueta.

De aquella luz el misterio rastro
te dibujaba en vaporosa bruma,
arrodillada en el colchón de pluma
como pálida virgen de alabastro.

Luego, tus manos, oprimiendo el pecho,
ya destrenzado tu cabello, oraste,
sacudiste tus rizos, y saltaste
como una corza blanca sobre el lecho.

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Las sombras de la noche misteriosas
tu alcoba virginal han protegido;
sólo se oye el monótono ruido
de un paso que se aleja en las baldosas.

Ya todo yace en el reposo, inerme;
el lirio azul dormita en tu ventana:
¿Oyes?... desde la torre la campana
la media noche anuncia... ¡Duerme! ¡Duerme!

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