lunes, 20 de agosto de 2018

La serpiente

Todo el mundo conoció a principios de este siglo a la señora presidente de C..., una de las mujeres más agradables y bonitas de Dijon, y todos la han visto acariciar y acoger públicamente en su lecho a la serpiente blanca que va a ser la protagonista de esta anécdota.
-Este animal es el mejor amigo que tengo en el mundo -le comentaba un día a una dama extranjera que había ido a verla y que mostraba curiosidad por conocer la razón de las atenciones que la bella presidente prodigaba a su serpiente-. En otro tiempo amé apasionadamente -prosiguió ésta-, señora, a un joven encantador que se vio obligado a alejarse de mí para cosechar laureles; al margen de nuestros encuentros convenidos, él me había pedido que, siguiendo su ejemplo, a unas horas determinadas nos retiráramos cada uno por nuestro lado a algún paraje solitario para no ocuparnos de nada en absoluto más que de nuestra ternura. Un día, a las cinco de la tarde, cuando iba a recogerme en un pequeño pabellón al extremo de mi jardín, para serle fiel en mi promesa, convencida de que ningún animal de esta clase hubiera nunca podido penetrar en el jardín, de pronto descubrí a mis pies a este encantador animalillo, al que, como bien puede ver, idolatro. Quise huir; la serpiente se tendió delante de mí, parecía pedirme, parecía asegurarme que bien lejos estaba de querer hacerme ningún daño; me paro, la observo; al verme tranquila se acerca, hace cien cabriolas a mis pies, unas más de prisa que las otras; no puedo contenerme y le paso mi mano por encima, con su cabeza la acaricia delicadamente, la cojo y la pongo sobre mis rodillas, se arrebuja en ellas y parece que duerme. Una sensación de inquietud se apodera de mí... De mis ojos se escapan, a pesar mío, unas lágrimas que bañan a este animalillo encantador... Despertada por mi dolor, me mira..., gime..., alza la cabeza hasta mi seno..., lo acaricia y de nuevo se desploma anonadado... ¡Oh, cielos -grité-, todo se ha acabado; mi amante a muerto! Abandoné aquel funesto lugar llevando conmigo a esta serpiente, a la que un misterioso sentimiento parece ligarme a pesar mío... Advertencias fatales de una voz desconocida cuyos ecos, señora, puede interpretar como guste, pero ocho días más tarde recibo la noticia de que mi amante había muerto en el preciso instante en que apareció la serpiente; nunca he querido separarme de este animal; sólo a mi muerte me abandonará; después de aquello me casé, pero con la explícita condición de que no la apartaría de mi lado.
Y tras estas palabras la gentil presidente cogió la serpiente, la recostó contra su seno y le hizo dar, como sí fuera un podenco, cien vueltas delante de la dama que la interrogaba.
¡Oh, Providencia!, si está aventura es tan cierta como lo asegura toda la provincia de Borgoña, ¡qué inescrutables son tus designios!

miércoles, 15 de agosto de 2018

Triste

Mano experta en las caricias,
labios, urna de delicias,
blandos senos, cabezal
para todos los señores,
ojos glaucos, verdes mares,
verdes mares de cristal...

Ya sois idas, ya estáis yertas,
manos pálidas y expertas,
largas manos de marfil;
ya estáis yertos, ya sois idos,
ojos glaucos y dormidos
de narcótico sutil.

Cabecita auri-rizada:
hay un hueco en la almohada
de mi tálamo de amor;
cabecita de oro intenso
¡qué vacío tan inmenso,
tan inmenso, en derredor!



-Amado Nervo.

viernes, 19 de enero de 2018

¿Qué pasaría..?

¿Qué pasaría si un día
despertamos dándonos
cuenta de que somos mayoría?

¿Qué pasaría su de pronto
una injusticia, sólo una,
es repudiada por todos,
no unos, no algunos, sino todos?

¿Qué pasaría si en vez de
seguir divididos nos
multiplicamos, nos sumamos
y restamos al enemigo que
interrumpe nuestro paso?

¿Qué pasaría si nos
organizamos y al mismo
tiempo enfrentáramos
sin armas, en silencio,
en multitudes, en millones de
miradas la cara de los
opresores, sin vivas,
sin aplausos, sin sonrisas,
sin palmadas en los hombros,
sin cánticos partidistas,
sin cánticos?

¿Qué pasaría si yo pidiese
por ti que estás tan lejos,
y tú por mí que estoy tan lejos, y ambos por
los otros que están muy
lejos y los otros por
nosotros aunque estemos lejos?

¿Qué pasaría si el grito
de un continente fuese
el grito de todos los continentes?

¿Qué pasaría si pusiésemos
el cuerpo en vez de lamentarnos?

¿Qué pasaría si rompemos
las fronteras y avanzamos
y avanzamos y avanzamos
y avanzamos?

¿Qué pasaría si quemamos
todas las banderas para
tener sólo una, la nuestra,
la de todos, o mejor
ninguna porque no la necesitamos?

¿Qué pasaría si de pronto
dejamos de ser patriotas para
ser humanos?

No sé... me pregunto yo:
¿Qué pasaría...?


-Mario Benedetti.

jueves, 4 de enero de 2018

Entre el silencio, tus palabras

Entre el silencio, tus palabras
sonando todavía;
bajo las ramas, cayendo tus palabras
como una lenta luz madura.

Mis brazos rodeando el círculo perfecto,
el hueco, lleno de memorias,
que me deja la ausencia de tu cuerpo.

Así, esquiva, siempre estás presente,
confusa, como un turbio recuerdo de la infancia.



-Octavio Paz.