lunes, 28 de marzo de 2016

Rayuela (Capítulo


7

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entre abriera, y me bastara cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide perfectamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente las profundidades de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo me siento temblar contra mí como una luna en el agua. 

-Julio Cortázar.

martes, 22 de marzo de 2016

Recuerdo, que recuerdo.

recuerdo que recuerdo su nombre
sus apellidos y hasta su árbol genealógico
pero no recuerdo sus gestos,
su aroma, sus caprichos.
recuerdo que recuerdo su ropa
sus zapatos y algunos de sus pasos
pero olvidé su caminar
no así la calles, sino su andar.
olvidé casi sus ojos
pero no su mirar curioso.
recuerdo que recuerdo
la última noche que la vi
pero no siento ya el frío
mordiéndome los huesos
el olvido bebiéndose su imagen,
ese se quedo conmigo.


 

-Sinué Felix.

jueves, 17 de marzo de 2016

El Terrible Anciano.

Fue la intención de Angelo Ricci, Joe Czanek y Manuel Silva hacer una visita al Terrible Anciano. Este anciano vive solo en una casa antigua en Water Street, cerca de mar, y tiene fama de ser a la vez sumamente rico y en extremo débil de salud, lo que constituye una situación muy atractiva para los hombres de la profesión de los señores Ricci, Czanek y Silva, pues esa profesión es nada menos digno que el robo.

Los habitantes de Kingsport dice y piensan muchas cosas sobre el Terrible Anciano, que generalmente lo mantienen a salvo de la atención de las personas como el señor Ricci y sus colegas, a pesar de la certea de que él se esconde una fortuna de magnitud idefinida en alguna parte de su húmeda y venerable morada. Él es, en verdad, una persona muy extraña, que cree haber sido un capitán de las carabelas de las Indias Orientales en su día; tan viejo que nadie puede recordar cuando era joven, y tan taciturno que pocos conocen su verdadero nombre. Entre los nudosos árboles en el patio delantero de su residencia tiene una extraña colección de grandes piedras, curisamente agrupadas y pintadas de modo que se asemejan a ídolos de algún templo oriental oscuro. Dicho conjunto asusta a la meayoría de niños pequeños que gustan de burlarse, del cabello negro y la barba cana del Terrible Anciano o romper las ventanas de pequeño marcode su vivienda con diabólicos proyectiles. Pero hay otras cosas que atemorizan a las personas mayores yde talante curioso que en ocasiones se acercan a hurtadillas hasta la casa para escudriñar el interior a través de las vidreras cubiertas de polvo. Esas gentes dicen que sobre la mesa de una desnuda habitación del piso bajo hay muchas botellas raras, cada una de las cuales tiene en su interior un trocito de plomo suspendido de una cuerda, como si fuese un péndulo. Y dicen que el Terrible Anciano habla a las botellas, llamándolas por nombres tales como Jack, Scar-Face, Long Tom, Spanish Joe, Peters y Mate Ellis; siempre que habla a una botella el pendulito de plomo que lleva dentro emite unas vibraciones precisas a modo de respuesta.

Aquellos quienes han visto al alto y enjuto Terrible Anciano en una de esas singulares conversaciones, no se les ocurre volver a verlo más. Pero Angelo Rocci, Joe Czanek y Manuel Silva no eran naturales de Kingsport. Pertenecían a esa nueva y heterogénea estirpe extranjera que queda al margen del atractivo círculo de la vida y tradiciones de New England, y no vieron en el Terrible Anciano otra cosa que un viejo achascoso y prácticamente indefenso, que no podía andar sin la ayuda de su nudoso cayado, y cuyas escuálidas y endebles manos temblaban de modo harto lastimoso. A su manera, se compadecían mucho del solitario e impopular anciano, a quien todos rehuían y a quien no había perro que no le ladrase con especial virulencia. Pero los negocios, y para un ladrón entregado de lleno a su profesión, siempre es tentador y provocativo un anciano de salud enfermiza que no tiene cuenta abirta en el banco, y que para subvenir a sus escasas necesidades paga en la tienda del pueblo con oro y plata españoles acuñados dos siglos atrás.

Los señores Ricci, Czanek y Silva eligieron la noche del 11 de abril para efectuar su visita. El señor Ricci y el señor Silva se encargarían de hablarcon el pobre y anciano caballero, mientras el Czanek se quedaba esperándolos a los dos y a sy presumible cargamento metálico en un coche cubierto, en la Calle Ship, junto a la verja del alto muro posterior de la finca de su anfitrión. El deseo de eludir explicaciones innecesarias en caso de una aparición inesperada de la policía aceleró los planes para la huida sin apuros y sin alharacas.

Tal como habían pryectado los tres aventureros se pusieron manos a la obra por separado con el objeto de evitar cualquier malintencionada sospecha a posteriori. Los señores Ricci y Silva se encontraron en la Water Street junto a la puerta de entrada de la casa del anciano, y aunque no les gustó cómo reflejaba la luna en las piedras pintadas que se veían por en tre las ramas en flor de los retorcidos árboles, tenían cosas en qué pensar más importantes que dejar volar su imaginación con supersticiones ya pasadas. Temían que fuese una tarea desagradable hacerle soltar la lengua al Terrible Anciano para averiguar el paradero de su oro y plata, pues los viejos lobos marinos son particularmente testarudos y perversos. En cualquier caso, se trataba de alguien muy anciano y endeble, y ellos sólo eran dos personas que iban a visitarlo. Los señores Ricci y Silva eran expertos en el arte de volver solubles a los tercos, y los gritos de un débil y más que venerable anciano no son difíciles de sofocar. Así que se acercaron hasta la única ventana alumbrada y escucharon cómo el Terrible Anciano les hablaba en tono infantil a sus botellas con péndulos. Se pusieron sendas máscaras y llamaron a la puerta con delicadeza en la descolorida puerta de roble.

La espera le pareció muy larga al señor Czanek, que se agitaba inquieto en el coche estacionado junto a la verja posterior de la casa del Terrible Anciano, en la Ship Street. Era una persona más impresionable de lo normal, y no le gustaron nada los espantosos gritos que había oído en la mansión momentos antes de la hora fijada para iniciar la operación. ¿Es que no les había dicho a sus compañeros que trataran con el mayor cuidado al pobre y viejo lobo de mar? Presa de los nervios observaba la estrecha puerta de roble en el alto muro de piedra cubierto por la hiedra. No cesaba de consultar el reloj, y se preguntaba por los motivos del retraso. ¿Habría muerto el anciano antes de revelar dónde se ocultaba el tesoro, y habría sido necesario proceder a un registro completo?

Al señor Czanek no le gustaba esperar tanto a oscuras en semejante lugar. Al poco, llegó hasta él el ruido de unas ligeras pisadas o golpes en el paseo que había dentro de la finca, escuchó cómo alguien manoseaba desmañadamente, aunque con suavidad, en el herrumbroso pasillo, y vio como se abría la pesada puerta.

Y al pálido resplandor del único mortecino farol que alumbraba la calle aguzó la vista en un intento de comprobar qué habían sacado sus compañeros de aquella siniestra mansión que se vislumbraba tan cerca. Pero no vio lo que esperaba. Allí no estaban ni por asomo sus compañeros, sino el Terrible Anciano que se apoyaba con aire tranquilo en su nudoso cayado y sonreía malignamente.

El señor Czanek no se había figado hasta entonces en el color de los ojos de aquel hombre; ahora podía ver que eran amarillos.

Las pequeñas cosas producen grandes conmociones en las ciudades provincianas. Tal es el motivo de que los vecinos de Kingsport hablasen a lo largo de toda aquella primavera y el verano siguiente de los tres cuerpos sin identificar, horriblemente mutilados, como si hubiesen resivido múltiples cuchilladas, y triturados de manera brutal, como si hibieran sido objeto de las pisadas de muchas botas despiadadas que la marea arrojó a tierra. Y algunos hasta hablaron de cosas triviales como el coche abandonado que se encontró en la Ship Street, o de ciertos gritos harto inhumanos, probablemente de un animal extraviado o de algún pájaro inmigrante, escuchado durantre la noche por los vecinos que no eran capaces de consiliar el sueño. Pero el Terrible Anciano no prestaba la menor atención a los chismes por el pacífico pueblo. Era reservado por naturaleza, y cuando se es anciano y se tiene una salud delicada la reserva es doblemente marcada. Ademas, un lobo marino tan viejo debe haber presenciado multitud de cosas mucho más emocionantes en los lejanos días de su ya casi olvidada juventud.

H. P. Lovecraft.

viernes, 4 de marzo de 2016

Las huellas digitales.


Yo nací y crecí bajo las estrellas de la Cruz del Sur.

Vaya donde vaya, ellas me persiguen. Bajo la cruz del sur, cruz de fulgores, yo voy viviendo las estaciones de mi suerte.

No tengo ningún dios. Si lo tuviera, le pediría que no me deje llegar a la muerte: no todavía. Mucho me falta andar.

Hay lunas a las que todavía no ladré y soles en los que todavía no me incendié. Todavía no me sumergí en todos los mares de este mundo, que dicen que son siete, ni en todos los ríos del paraíso, que dicen que son cuatro.

En montevideo, hay un niño que explica:

-Yo no quiero morirme nunca, porque quiero jugar siempre.


 Eduardo Galeano - El libro de los abrazos.