sábado, 15 de octubre de 2016

A una mujer.

No hay que llorar porque las plantas crecen en tu balcón, no hay
que estar triste si una vez más la rubia carrera de las nubes te reitera
lo inmóvil, ese permanecer en tanta fuga. Porque la nube estará ahí,
constante en su inconstancia cuando tú, cuando yo -pero que qué nombrar el polvo y la ceniza-.
Sí, nos equivocábamos creyendo que el paso por el día era efímero, el
agua rebala por las hojas hasta hundiese en la tierra.
Sólo dura la efímero, esa estúpida planta que ignora la tortuga, esa blanda
tortuga que tantea en la eternidad con ojos huecos, y el sonido sin música,
la palabra sin canto, la cópula sin grito de agonía, las torres de maíz, los
ciegos montes.
Nosotros, maniatados a una conciencia que es el tiempo, no nos movemos
del terror y la delicia, y sus verdugos delicadamente nos arrancan los
párpados para dejarnos ver sin tregua cómo crecen las plantas del
balcón, cómo corren las nubes al futuro.
¿Qué quiere decir esto? Nada, una taza de té. No hay drama en el
murmullo, y tú eres la silueta de papel que las tujeras van salvando de lo
infome: oh, vanidad de creer que se nace o se muere, cuando lo único real
es el hueco que queda en el papel, el golem que nos sigue sollozando en
sueños y en olvido.



-Julio Cortázar.