tu sangre quietamente te descubre;
invencible latir, olas obscuras,
te atan a la muerte que nos sitia,
a mi mano mortal, al tiempo inmóvil
que llena nuestro amor y nuestro olvido.
En el aire poblado de alas ciegas,
de pájaros o llamas invisibles
que nacen de tu aliento y agonizan,
¿dónde tu voz, tu nombre mismo, dónde?,
¿dónde nosotros, tú, si sólo somos
en la música un poco de ternura?
Amor, amor, ¡qué sombras nos oprimen!,
¡qué lentos aires tibios nos devoran!,
¡qué fértiles incendios en la noche
nos cubren de presagios y de llamas!,
¡qué silencios nos ciñen y destruyen!,
¡qué derrotas, amor, o qué victorias,
nos alzan, nos sepultan en tus olas,
océano de sombras y de nada!
-Octavio Paz.
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